¡No a la agricultura!
Por: Enrique Bollati, sociólogo y encuestador
La consigna «¡No a la agricultura!» suena tan absurda como lo es en realidad: no esconde nada. No parece pasar lo mismo como otras consignas, como el «¡No a la minería!». Pero vayamos por partes. Allá por los 70, el antropólogo brasileño Darcy Ribeiro sostenía que la labor principal de los intelectuales en América latina debía ser preguntarse, sobre cada cosa, a quién beneficia y a quién perjudica.
«Es preciso que todos indaguen los fundamentos de todo, preguntándose respecto de cada institución, de cada forma de lucha e incluso de cada persona, si contribuye a perpetuar el orden vigente o si, por el contrario, su actuación propende a su transformación y a la institución de un orden social mejor», sostenía Ribeiro.
Hagámosle caso un rato y, por esto de poner por principio todo en duda, preguntémonos qué significa la defensa del ambiente, en general, y ciertas defensas del ambiente en particular. Partamos de reconocer que la actividad del hombre, cualquier actividad, modifica el ambiente, desde la labranza de la tierra y la cría de ganado en adelante, de modo que no es cuestión de preguntarnos si determinada actividad modifica el ambiente, sino cuál es el rédito social de ello, más allá de los réditos particulares; cuánto nos cuesta como sociedad esta modificación.
Pensando de este modo es perfectamente posible discernir la enorme diferencia que hay entre el cultivo de hortalizas en Guaymallén y la implantación masiva de soja en Santiago del Estero, por ejemplo, o la quema de bosques nativos en Chubut y Entre Ríos para ser dedicados a la ganadería.
¿Cuáles son los grandes problemas ambientales de la Mendoza de hoy? Si seguimos los estudios de las universidades nacionales y del Cricyt, el primero es la contaminación de cauces debido, principalmente, al uso desaprensivo de agroquímicos. El segundo es ocasionado por la falta de tratamiento adecuado de los residuos urbanos, y el tercero se relaciona al impacto de la actividad petrolera, también sobre caudales hídricos.
Si esto es lo que está sucediendo hoy, podemos lícitamente preguntarnos por qué los reclamos ambientales, en lugar de centrarse sobre estos problemas, se focalizan en un eventual desarrollo minero. Una visión positiva nos permitiría plantear que si a los problemas existentes le sumamos otro de cierta magnitud, la situación se complicaría. Una visión negativa nos dirá que al poner el foco en el desarrollo minero se está desviando la atención de los verdaderos problemas ambientales que concretamente enfrentamos hoy. Y como decía un amigo: «No es que yo no esté paranoico; el problema es si estoy lo suficientemente paranoico».
Entonces, ¿por qué, en vez de hablar de la creación de una fuerte agencia de control ambiental que controle todas las actividades productivas, se centra nuestra atención sobre una de ellas en particular? De nuevo, ¿a quién beneficia y a quién perjudica esta acción? A quien perjudica es claro: a nosotros y a nuestra posteridad, ya que estamos dejando sin resolver, sin siquiera tratar adecuadamente, los problemas que hoy afectan el agua de Mendoza, es decir, estamos afectando a esa agua que valdría más que el oro. ¿Y a quién beneficia? También es bastante claro: a quienes hoy están contaminando desaprensivamente, llámese grandes bodegas o grandes petroleras o llámese los responsables de un tratamiento adecuado de los residuos urbanos que ven diluida su responsabilidad por este «desenfoque».
De modo que cambiemos las preguntas: ¿qué deberíamos defender cuando defendemos el ambiente? Diría que la sustentabilidad global; no sólo la económica, sino la de la región como ecosistema que nos precede y que seguirá estando una vez que nosotros mismos ya no estemos. ¿Y qué se está defendiendo, concretamente? En muchos casos, la cómoda posición de quienes hoy están poniendo en riesgo esa sustentabilidad global.
Esto es como si, enfrentados a la amenaza de un ataque de pumas, nos desentendiéramos de ello y volcáramos nuestros esfuerzos a la posibilidad de ataque de tigres de Bengala. Más o menos… Porque, concretamente, hoy tratamos de que nuestros hijos sigan una dieta equilibrada y no sabemos cuánto parathion les estamos sirviendo con la lechuga. Personalmente, les cuento que desconfío de la que no tiene gorgojos; hay algo raro en eso…
Por otra parte, no es extraño ver al frente de algunas manifestaciones «en defensa del agua» a algunos empresarios rurales que son responsables directos y conscientes de la actual contaminación de esa agua. ¿Qué están defendiendo, entonces? Esa es otra discusión: el problema de fondo de estos «contaminadores ambientalistas» es el salario: la actividad minera ocupa al mismo tipo de mano de obra poco calificada que la actividad rural, sólo que paga salarios hasta 8 veces mayores, de modo que si hubiera desarrollo minero, eso produciría una fuerte presión sobre los salarios de hambre que se pagan actualmente en el sector rural, y no están interesados en pagar salarios más altos
. Ese es, muchas veces, el fondo de su propia discusión; son los viejos lobos disfrazados de corderos. Y volvamos al principio: «¡No a la agricultura!» no es una consigna, es un dislate; «¡No a la agricultura contaminante!», es una prioridad
. Del mismo modo es un absurdo el «¡No a la minería!», cuando deberíamos plantearnos el «¡No a la minería contaminante!». ¿Y si dejamos de lado estos absurdos parciales y nos centramos en un «¡No a la contaminación!», que parece ser nuestro verdadero riesgo? Pero sigamos más allá: si hoy mismo tenemos los recursos técnicos para ejercer un buen control ambiental del total de las actividades productivas, tanto en las universidades nacionales como en el Cricyt, ¿por qué no centrarnos sobre eso, en vez de desviar continuamente el foco de atención hacia el futuro accionar de «multinacionales desaprensivas», como si Repsol y las grandes bodegas no fueran tan multinacionales como la Coro o la Barrik?
Siguiendo a Ribeiro me atrevería a sostener que no hay multinacionales ni empresas buenas o malas; las hay bien o mal controladas, bien o mal puestas en duda constantemente. ¿Y si hacemos un buen control de todas? Digo: eso sería algo interesante que podríamos dejar a nuestros hijos, en vez de una intoxicación por fosforados o de un agua que, en lugar de valer más que el oro, ni siquiera va a servir para regar un malvón.
Fuente: http://elsolonline.com/noticias/view/128413/-no-a-la-agricultura-_1